Cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, pocos imaginaron la turbulencia que surgiría con aliados históricos y socios globales. Sus discursos apuntaban a un “Estados Unidos Primero” y sus órdenes ejecutivas sugerían proteccionismo. Sin embargo, la magnitud de los roces con Canadá, México, la Unión Europea e incluso China superó toda expectativa. Con agresivos aranceles y demandas provocadoras, EE. UU. enfrenta ahora una tormenta de guerras comerciales y consecuencias económicas que afectan a sus socios y a sus propias industrias. El proyecto de anexar territorios como Groenlandia o retomar el Canal de Panamá añade tensión, amenazando con fuertes repercusiones en los mercados y las alianzas globales.
Trump elevó el arancel al aluminio de 10% a 25% y eliminó exenciones para Canadá, México y la UE, provocando una dura reacción. Aunque Washington ya había gravado esos metales en el pasado, la abrupta cancelación de cuotas sorprendió a gobiernos que confiaban en salvaguardas. Casi de inmediato, los principales socios comerciales protestaron. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anunció “contramedidas firmes y proporcionadas” para proteger a la industria europea. Justin Trudeau, primer ministro canadiense, afirmó que Canadá actuaría si sus sectores de aluminio y acero corrían peligro, recordando que Canadá ha sido el proveedor extranjero más importante de aluminio para EE. UU. México, privado de exenciones, advirtió sobre el riesgo de incrementar la inflación en Norteamérica, pues se encarecerían productos como refrescos y autopartes. Fabricantes de acero, productores de alimentos y automotrices estadounidenses reconocieron que los costos subirían y repercutirían en los consumidores.
En paralelo, la guerra comercial con China escala. Trump, que antes afirmaba “ganar” ese enfrentamiento, afronta un nuevo problema: Beijing restringió exportaciones de tierras raras, vitales para los semiconductores. China controla gran parte de elementos como itrio, galio y germanio, esenciales en tecnología y defensa. Trump exigió a Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, que suministrara parte de estos minerales a cambio de ayuda estadounidense, pero no se sabe si Ucrania igualará la oferta china. Todo ello compone una “tormenta perfecta”: la inflación aumenta y la cadena de suministro se resiente. Al abrir varios frentes —China, UE, México y Canadá— Trump podría haber ido demasiado lejos, incitando represalias que elevan más los precios. La Casa Blanca, tras registrar encarecimientos solo con los anuncios, detuvo momentáneamente amenazas adicionales para no agravar la inflación.
La postura de Trump con México también se ha endurecido. Fuentes señalan que refinerías en EE. UU. han rechazado crudo mexicano por presunto exceso de agua y exigen descuentos. Desde México, se ve como chantaje para obtener petróleo más barato, advirtiendo con comprarlo a Colombia o Canadá. Sin embargo, el golpe mayor vendría si México deja de exportar petróleo, como planea hacer a medida que refina su crudo internamente para autoconsumo, política promovida por el presidente Andrés Manuel López Obrador y su sucesor. Así, EE. UU. perdería a uno de sus principales proveedores y tendría que buscar reemplazo en un mercado competitivo, alzando costos de combustible y dificultando la política interna estadounidense. La guerra comercial con China agrava esta perspectiva, dado que la manufactura estadounidense depende de insumos chinos asequibles y de tierras raras. Con la UE, Canadá y México alistando represalias, EE. UU. arriesga quedar aislado, forzando importaciones costosas y minando su competitividad.
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